Desayunando, asomada al ventanal de cada día, observo cómo se filtran los rayos de sol entre los árboles haciendo que la tierra fría, por contraste, desprenda un vaho hipnótico mientras me pregunto, untando la tostada, de qué hablaré esta mañana.
Podría ser de que hoy viernes que escribo es el cumpleaños de mi madre y que celebra sus ochenta y seis otoños, y digo otoños porque es su estación aunque no dejen de ser todavía, viéndola como se conserva, ochenta y seis primaveras; una sagitario que sigue conectada al mundo virtual con la elegancia que siempre tiene para todo; que sigue haciendo sus labores con un esmero y una precisión que serían reconocidas en el mundo entero pero que solo realiza para los suyos y su entorno más cercano; que a su edad tiene el enorme privilegio de valerse por sí misma y gozar de una cabeza la mar de bien amueblada, de ser independiente como siempre lo ha sido; que su generosa genética le regala la oportunidad de conocer a su bisnieto, aunque ahora solo pueda ser por videoconferencia. Podría escribir de ella, me dije, y por eso escribo.